El lector chileno: atrapado entre la ideología y la incomprensión

En un país marcado por la polarización y la desconfianza, los chilenos leen e interpretan el mundo a través de lentes ideológicos que distorsionan la realidad. ¿Qué hay detrás de esta tendencia?

Editorial20 de abril de 2025The Times en EspañolThe Times en Español
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Diarios

En Chile, leer no siempre es sinónimo de comprender. Basta con abrir un periódico, navegar por redes sociales o escuchar una conversación cotidiana para notar un patrón: las opiniones suelen estar cargadas de pasión, pero no siempre de razones. Los textos, ya sean noticias, ensayos o simples publicaciones en línea, son interpretados a menudo desde trincheras ideológicas que dificultan un análisis objetivo. ¿Por qué el lector chileno parece tan ideologizado? ¿Qué lo lleva a opinar sin fundamentos sólidos y a torcer el sentido de lo que lee según su parecer? Esta nota busca desentrañar las raíces de este fenómeno y sus implicancias en la sociedad actual.


El punto de partida es el contexto histórico. Chile arrastra una memoria colectiva fracturada. El golpe de Estado de 1973, la dictadura de Pinochet y la transición a la democracia dejaron heridas que aún no cicatrizan. Estos eventos no solo dividieron al país en bandos políticos, sino que moldearon una forma de relacionarse con la información. Para muchos, leer no es solo un acto de conocimiento, sino una manera de reafirmar una identidad: izquierdista, derechista, progresista o conservadora. Esta polarización histórica ha creado un lector que, ante un texto, primero se pregunta "de qué lado está" antes que "qué dice realmente".


Un ejemplo claro se vio durante el estallido social de 2019. Mientras algunos leían las demandas como un grito legítimo contra la desigualdad, otros las interpretaban como una amenaza al orden establecido. Los mismos informes, estadísticas y titulares eran usados por ambos lados para justificar posturas opuestas, mostrando cómo la ideología puede nublar la comprensión. Esta tendencia no es nueva, pero se ha intensificado con el tiempo, alimentada por un entorno mediático y social que premia la confrontación sobre el diálogo.


Otro factor clave es el sistema educativo. Aunque Chile ha mejorado en acceso a la educación, la formación en habilidades críticas como la comprensión lectora sigue siendo desigual. Según el Informe PISA 2022, el país está por debajo del promedio de la OCDE en esta área, con un 34% de estudiantes que no alcanzan el nivel básico de comprensión de textos. Esto sugiere que muchos adultos llegan a la vida pública sin las herramientas necesarias para analizar información compleja. Frente a un artículo periodístico o un ensayo, el lector puede optar por una interpretación superficial, guiada por prejuicios o emociones, en lugar de un análisis riguroso.


La llegada de la era digital ha agravado este problema. Las redes sociales, con su ritmo vertiginoso y su formato de titulares breves, han cambiado la forma en que los chilenos consumen información. En plataformas como X o Facebook, la inmediatez es la norma: un comentario, un "me gusta" o un retuit sustituyen a menudo la reflexión. Un estudio de la Universidad de Chile en 2023 encontró que el 62% de los usuarios de redes sociales en el país comparte contenido sin leerlo completo, confiando solo en el titular o en la fuente. Este hábito refuerza la tendencia a opinar sin fundamentos, ya que la velocidad deja poco espacio para verificar o contrastar.


Además, el algoritmo de estas plataformas tiende a encerrar a los usuarios en burbujas ideológicas. Si un lector sigue cuentas o páginas alineadas con su visión del mundo, su exposición a ideas contrarias disminuye, y su interpretación de los textos se vuelve más rígida. Por ejemplo, durante el debate por la nueva Constitución en 2022, los partidarios del "Apruebo" y el "Rechazo" leían los mismos artículos, pero llegaban a conclusiones opuestas, cada uno acusando al otro de "no entender" o "manipular" la información. Este fenómeno, conocido como sesgo de confirmación, es universal, pero en Chile parece particularmente pronunciado.


La prensa también tiene su cuota de responsabilidad. En un mercado competitivo, muchos medios optan por titulares sensacionalistas o enfoques polarizados para captar audiencia. Esto alimenta la percepción de que todo texto tiene una agenda oculta, lo que lleva al lector a interpretarlo no por su contenido, sino por quién lo publica. Un reportaje de La Tercera puede ser descartado como "vendido al poder" por unos, mientras que uno de El Ciudadano es tildado de "populista" por otros, sin que medie un análisis del fondo. Esta desconfianza, aunque a veces justificada, dificulta aún más una lectura ecuánime.


Sin embargo, no todo es culpa del lector. La complejidad de los problemas actuales —como la crisis climática, la desigualdad o las reforma— exige un nivel de comprensión que no siempre se fomenta. Los textos técnicos o académicos, que podrían ofrecer claridad, suelen ser inaccesibles para el público general, ya sea por su lenguaje o por su disponibilidad. Esto deja al lector a merced de resúmenes simplificados que, al ser interpretados desde una óptica ideológica, pierden su valor informativo.


Entonces, ¿qué se puede hacer? Fomentar una cultura de lectura crítica es un primer paso. Esto implica no solo mejorar la educación, sino también incentivar hábitos como contrastar fuentes, cuestionar supuestos y tolerar la ambigüedad. Los medios, por su parte, podrían apostar por un periodismo más pedagógico, que explique en lugar de confrontar. Y en lo individual, cada lector podría asumir la responsabilidad de pausar antes de opinar, preguntándose si su juicio tiene sustento o es solo un eco de sus creencias.


El lector chileno no es inherentemente más ideologizado que otros; lo que lo distingue es el contexto que lo ha moldeado. Superar esta barrera no será fácil, pero es esencial para un debate público más sano y una democracia más robusta. Porque leer no debería ser solo un acto de reafirmación, sino una puerta al entendimiento.
 
Ponemos sobre la mesa un tema crucial para entender la dinámica social y política de Chile en 2025. El fenómeno descrito no es exclusivo del país, pero su intensidad refleja una historia de divisiones y una transición incompleta hacia una cultura de diálogo. Desde The Times en español, destacamos el acierto de vincular la ideologización con factores estructurales como la educación y la digitalización, aunque echamos en falta datos más específicos sobre cómo se compara Chile con otros países de la región. La nota invita a la reflexión, pero también a la acción: sin un esfuerzo colectivo por desmontar estas barreras, el riesgo es un debate público cada vez más estéril. Un aporte valioso que merece ser ampliado.




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