
Elecciones Presidenciales en Chile: Un espejo fracturado y el futuro en Juego
Chile se prepara para una polarizada segunda vuelta, donde el futuro democrático del país está en juego.
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Evelyn Matthei, candidata de Chile Vamos, apela a la unidad con eufemismos como ‘tragar sapos’ para superar el estancamiento, pero su enfoque en seguridad y mayorías revela una estrategia pragmática que busca consolidar poder sin renunciar a su sello conservador.
Editorial04 de abril de 2025
Victor Manuel Arce Garcia
Santiago, Chile - Evelyn Matthei, la abanderada presidencial de Chile Vamos, ha vuelto a captar la atención con su estilo directo y su uso de metáforas que, aunque coloquiales, esconden una intención política clara. En una reciente declaración, la exalcaldesa de Providencia afirmó: “Ya que andamos hablando tanto de sapos, acá les dejo la versión completa de lo que planteé hoy“.
Lo importante no es el menú, sino cómo sacamos a Chile del estancamiento. Y para eso se necesita un gobierno de mayorías”. Este comentario, que podría parecer una boutade, encapsula su visión para el país: un llamado a la unidad de la oposición bajo su liderazgo, disfrazado con eufemismos que buscan suavizar las tensiones internas y externas mientras proyecta una imagen de gobernabilidad.
Matthei no es ajena a las frases ingeniosas. Su referencia a “tragar sapos” —una expresión que alude a aceptar lo desagradable por un bien mayor— no es solo un guiño populista, sino una señal a sus potenciales aliados en la derecha y más allá: está dispuesta a ceder en ciertas disputas ideológicas si eso asegura una coalición amplia para las elecciones de noviembre de 2025.
Sin embargo, detrás de esta retórica pragmática, su discurso sigue anclado en pilares conservadores como la seguridad, el orden público y el crecimiento económico, temas que han definido su trayectoria y que hoy resuenan en un Chile hastiado por la delincuencia y la parálisis económica.
En materia de seguridad, Matthei ha sido implacable. Su programa, presentado en marzo, promete la construcción de cinco cárceles para 19 mil reclusos y la expulsión de 3 mil extranjeros condenados, además de un control fronterizo reforzado por las Fuerzas Armadas.
Este enfoque duro, que ella misma ha calificado como una respuesta a un país “acosado por la violencia”, contrasta con los titubeos del gobierno de Gabriel Boric y le ha ganado aplausos entre un electorado que, según encuestas, prioriza la tranquilidad por sobre otras demandas. Pero también revela una apuesta arriesgada: centrarse en el castigo y la contención sin abordar las causas estructurales del crimen podría alienar a sectores moderados que buscan soluciones más integrales.
Sobre el “gabinete eventual” que la acompañaría, Matthei ha sido cauta pero estratégica. Ha reunido a 47 colaboradores —entre ellos nombres como Jaime Bellolio y Sebastián Sichel— para desarrollar propuestas que proyecten seriedad y experiencia, un guiño a su paso como ministra del Trabajo y alcaldesa de Providencia. Su insistencia en un “gobierno de mayorías” sugiere que buscará incorporar figuras de centro y hasta de una centroizquierda desencantada, aunque esto implique “tragar sapos” como pactar con quienes discrepan de su visión conservadora. Es un equilibrio delicado: ampliar su base sin diluir el apoyo de la derecha tradicional que la ve como un dique contra el avance de la izquierda.
El diagnóstico de Matthei sobre el estancamiento chileno —“un país sin dinero, al borde del endeudamiento”— no es nuevo, pero lo plantea con una urgencia que resuena. Propone terminar con la “permisología” para destrabar la inversión y fomentar el crecimiento, una idea que seduce a empresarios pero que choca con las demandas de regulación ambiental y social de sectores progresistas. Aquí radica su desafío: convencer a un electorado diverso de que su receta de orden y productividad no es solo un retorno al pasado, sino una salida viable al marasmo actual.
En este ajedrez político, Matthei juega con ventaja. Su liderazgo en las encuestas —superando a Kast y a posibles cartas oficialistas— la posiciona como la favorita de la oposición, pero el camino al poder exige más que eufemismos ingeniosos. Deberá sortear las resistencias de Republicanos y libertarios, que rechazan su llamado a la unidad, y evitar que su pragmatismo la haga parecer una oportunista. Si logra tejer esa mayoría que tanto pregona, podría romper el estancamiento que ella misma denuncia. De lo contrario, sus “sapos” podrían terminar siendo indigestos, y el PDG de Parisi u otros outsiders podrían aprovechar el descontento que ella no consiga canalizar. En un Chile que clama por soluciones, Matthei apuesta a que tragar lo amargo es el precio de la victoria.
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