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Donald Trump proclamó que EE.UU. y China charlaron de comercio “esta mañana”, aunque Pekín lo desmiente con un silencio helado. Antes de recibir al premier noruego, Jonas Gahr Støre, el presidente lanzó loas a Oslo y promesas de acuerdos rápidos. Entre sátira y sutileza, Trump juega al magnate global mientras el mundo se pregunta si miente o solo improvisa.
Estados Unidos24 de abril de 2025
Victor Manuel Arce Garcia
Washington D.C., 24 de abril de 2025 – Donald Trump, el hombre que convierte cada día en un reality show, anunció este jueves que Estados Unidos sostuvo reuniones comerciales con China “esta mañana”, una afirmación tan jugosa como dudosa, considerando que Pekín respondió con el equivalente diplomático de un “¿qué me estás contando?”. Con su característico talento para el drama –y una pizca de ambigüedad–, el presidente dejó caer la noticia como quien suelta un chisme en una cena, sin nombres ni detalles, solo un “podríamos revelarlo más tarde” que suena a promesa de político en campaña. Todo esto, claro, mientras se preparaba para recibir al primer ministro noruego, Jonas Gahr Støre, en un Washington primaveral que parecía más tranquilo que el ego presidencial.
“Nos hemos estado reuniendo con China”, insistió Trump, con esa seguridad que hace dudar si realmente pasó o si lo soñó entre un Big Mac y un tuit matutino. El comentario llegó justo antes de su encuentro con Støre, a quien bañó en cumplidos como si estuviera vendiendo un fiordo: “Una nación inteligente, grandes empresarios”. Prometió “conclusiones muy pronto” en temas comerciales con Noruega, un país que, a diferencia de China, no parece jugar al escondite diplomático. Pero mientras Trump pintaba un cuadro de negociaciones globales, desde Pekín llegó un balde de agua fría: el Ministerio de Comercio chino dijo, con la sutileza de un té helado, que “no hay registro de tales conversaciones”.
La relación comercial EE.UU.-China, un culebrón de aranceles y acusaciones, lleva años en el ojo del huracán. Trump, que en su primer mandato convirtió los aranceles en su arma favorita –subiendo el precio de todo, desde microondas hasta sueños americanos–, ha vuelto a la carga en 2025 con rumores de un 60% que asustan a Wall Street. Pero esta vez, su tono tuvo un dejo de diplomacia, como si alguien le hubiera susurrado que gritar no siempre gana guerras comerciales. “Estamos hablando”, dijo, y uno casi puede verlo ajustándose la corbata, imaginándose como el gran pacificador –o al menos como el tipo que dice que lo es–.
Pekín, sin embargo, no parece impresionado. Su silencio oficial, acompañado por un desmentido tibio, es una obra maestra de la indiferencia diplomática. “Trump habla, nosotros escuchamos… a veces”, pareció insinuar un editorial del Global Times, mientras los mercados globales, que subieron 100 puntos en el Dow tras las palabras del presidente, se preguntan si apostar por esta novela o esperar el próximo capítulo. ¿Y si las reuniones son reales? Entonces China está jugando al poker con cara de piedra. ¿Y si no? Bueno, Trump acaba de inventar una cumbre desde el Despacho Oval, y no sería la primera vez.
En paralelo, la visita de Støre ofrece un respiro de cordura. Noruega, con su gas, su fondo soberano de 1.5 billones y su aire de “nosotros no necesitamos alardear”, es el socio perfecto para un Trump que quiere victorias rápidas. “Son muy inteligentes”, repitió el presidente, como si quisiera adoptar un vikingo honorario. Hablaron de comercio y energía –temas donde Oslo brilla–, y si cierran un trato, Trump podría colgarse una medalla sin el sudor de pelear con Pekín. “Buscamos acuerdos justos”, dijo Støre, con esa calma que hace que uno quiera mudarse a Bergen y olvidarse del caos.
El trasfondo económico no es un chiste, aunque Trump lo haga parecer uno. El comercio EE.UU.-China mueve 427 mil millones de dólares anuales en exportaciones chinas, según el Departamento de Comercio, pero los aranceles ya han dejado cicatrices –un celular chino que costaba 200 dólares ahora roza los 300–. Un nuevo round podría disparar la inflación, y los votantes de Trump, que adoran sus camionetas, no estarían felices pagando más por ellas. “Es un juego de alto riesgo con reglas que él escribe sobre la marcha”, dice Chad Bown, del Instituto Peterson, probablemente mientras revisa su factura del supermercado.
Desde la Casa Blanca, el equipo de Trump mantuvo la línea de siempre: “El presidente trabaja por los intereses de EE.UU.”, una frase tan vaga que podría aplicarse a cualquier cosa, desde aranceles hasta pedir pizza. En Pekín, la estrategia es clara: dejar que Trump hable solo y ver si se cansa. “China no necesita responder a cada fanfarronada”, escribió un analista en Xinhua, y uno casi puede oír la risita contenida. Mientras tanto, Noruega avanza silenciosa, como el amigo que resuelve el problema mientras los otros discuten.
La sátira está en el contraste: Trump, el showman que jura haber desayunado con China, contra un Pekín que lo ignora como a un vendedor puerta a puerta, y un Støre que sonríe y negocia sin alzar la voz. Si las charlas con China son reales, podríamos estar ante un giro inesperado hacia la paz comercial. Si no, es solo Trump siendo Trump –y el mundo, como siempre, pagando palco para verlo–. “Es un genio o un ilusionista”, dice Jennifer Hillman, experta en comercio, y la gracia es que ambas cosas podrían ser ciertas.
Por ahora, el telón no cae. Los mercados oscilan, los diplomáticos murmuran y los consumidores cruzan los dedos para que sus teles no suban más. Trump, con su mezcla de bravura y diplomacia torpe, sigue siendo el protagonista de un show que nadie pidió pero todos miran. Y mientras Noruega se lleva un trato bajo el radar, China espera, probablemente con un té en la mano y una ceja arqueada.
En The Times en español, este capítulo de Trump nos tiene riendo y temblando. Según nuestro archivo (The Times en español, 12 de abril de 2025), sus amenazas arancelarias son un clásico, pero este “hablé con China” suena a comedia improvisada –y Pekín no le sigue el guión–. Reportes previos (The Times en español, 20 de marzo de 2025) ya calculaban que un 60% en aranceles sumaría 10 mil millones a la factura estadounidense. La sátira es Trump creyéndose Kissinger, mientras Støre negocia y Pekín se burla en silencio.
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