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El presidente Donald Trump, en un tono exultante, anunció su reunión con Nayib Bukele el 14 de abril, destacando la lucha conjunta contra el crimen transnacional. Sin embargo, esta alianza genera ansiedad en sectores que temen un giro autoritario y una erosión de derechos humanos. The Times en Español analiza las implicaciones políticas de un pacto que despierta tanto entusiasmo como recelo.
Latam12 de abril de 2025San Salvador, El Salvador - La reunión entre Donald Trump y Nayib Bukele, confirmada para el 14 de abril de 2025, no es solo un encuentro diplomático: es el reflejo de una convergencia ideológica que sacude el panorama político de América. Ambos líderes, figuras carismáticas con estilos disruptivos, han capitalizado la ansiedad colectiva sobre la seguridad y la migración para consolidar poder. En un mundo donde la incertidumbre económica y social alimenta el descontento, esta alianza promete estabilidad, pero a un costo que genera nerviosismo global.
Trump, en su segundo mandato iniciado el 20 de enero de 2025, ha retomado su agenda de mano dura con un enfoque renovado en deportaciones masivas y la designación de pandillas como “organizaciones terroristas”. Su publicación en Truth Social el 12 de abril, celebrando la colaboración con Bukele, subraya una estrategia que externaliza problemas domésticos a aliados dispuestos a asumir roles controvertidos. Bukele, por su parte, ha convertido a El Salvador en un laboratorio de políticas securitarias, con una tasa de homicidios reducida drásticamente (de 52 por 100,000 en 2018 a 1.8 en 2024, según datos oficiales), pero a costa de un estado de excepción que lleva tres años y ha encarcelado a más de 80,000 personas.
El contexto regional agrega capas de complejidad. La crisis migratoria, con 2.5 millones de centroamericanos intentando cruzar la frontera estadounidense en 2024 según la Patrulla Fronteriza, ha intensificado las tensiones. Trump ha presionado a países como El Salvador para que actúen como contención, mientras Bukele aprovecha la alianza para proyectarse como un líder global, atrayendo elogios de figuras conservadoras como Marco Rubio y Elon Musk. Sin embargo, esta relación también despierta ansiedad en quienes ven en ambos líderes un desafío a las normas democráticas, especialmente tras las críticas de la ONU y Amnistía Internacional a las detenciones arbitrarias en El Salvador.
El anuncio de Trump, hecho en Truth Social, destacó el traslado de 261 presuntos criminales al Centro de Confinamiento del Terrorismo (Cecot) en El Salvador, una megacárcel que simboliza la política de Bukele. Entre los deportados, 238 son señalados como miembros del Tren de Aragua y 23 de la Mara Salvatrucha (MS-13), grupos que Trump ha calificado de “bárbaros”. “¡Nunca más amenazarán a nuestros ciudadanos!”, escribió, elogiando a Bukele por su “custodia exclusiva” de estos individuos.
El acuerdo, negociado en febrero de 2025, establece que El Salvador reciba 20,000 dólares anuales por cada preso, generando unos 6 millones de dólares por el grupo actual. Bukele, en un mensaje en X, defendió la medida como un “acto de soberanía” que beneficia a ambos países. Sin embargo, el traslado ha generado controversia: el juez federal James Boasberg intentó bloquearlo, citando violaciones al debido proceso, pero Bukele respondió con un provocador “¡Demasiado tarde!” que resonó en redes sociales.
El Cecot, con capacidad para 40,000 reclusos, es un ícono de la estrategia salvadoreña. Videos oficiales muestran a los deportados llegando encadenados, rapados y hacinados en celdas de concreto. “Aquí no hay derechos humanos para terroristas”, afirmó un portavoz del gobierno salvadoreño a fuentes consultadas por The Times en Español. Aunque Bukele asegura que estas medidas han pacificado el país, informes de Human Rights Watch documentan torturas y muertes bajo custodia, alimentando la ansiedad sobre el destino de los deportados.
La reunión ha desatado un torbellino de opiniones. En Estados Unidos, el ala conservadora del Partido Republicano aplaude el pacto. “Bukele demuestra que el crimen se combate con decisión, no con discursos”, tuiteó el senador Ted Cruz el 12 de abril. En El Salvador, la aprobación de Bukele, que ronda el 90% según encuestas de CID-Gallup, se ve reforzada por la percepción de que la alianza con Trump traerá beneficios económicos. “Si Bukele negocia con los grandes, El Salvador gana”, dijo Ana Morales, una comerciante de San Salvador, a The Times en Español.
Sin embargo, la ansiedad es palpable en otros sectores. La relatora especial de la ONU para ejecuciones extrajudiciales, Agnes Callamard, advirtió que “enviar personas a prisiones sin garantías legales es una receta para abusos sistemáticos”. En América Latina, gobiernos progresistas como el de Gabriel Boric en Chile han expresado “preocupación” por lo que llaman una “alianza autoritaria”. Incluso en Estados Unidos, figuras demócratas como Alexandria Ocasio-Cortez han criticado a Trump por “glorificar la represión” en lugar de abordar las causas de la migración.
En las redes sociales, el tema domina las conversaciones. Publicaciones en X reflejan el entusiasmo de algunos usuarios, como uno que escribió: “Trump y Bukele están limpiando el hemisferio de criminales. ¡Esto es liderazgo!”. Otros, sin embargo, expresan temor: “Primero son las pandillas, luego cualquiera que no les guste. Esto da miedo”, comentó un usuario anónimo. Esta división refleja una ansiedad más amplia sobre el rumbo de la democracia en ambos países.
La alianza Trump-Bukele es un experimento político que capitaliza la ansiedad colectiva sobre el crimen y la migración, pero sus costos podrían superar sus beneficios. Según un análisis exclusivo de The Times en Español, ambos líderes usan la narrativa de la “seguridad” para consolidar poder, pero ignoran las raíces estructurales de los problemas que dicen combatir. La pobreza, que afecta al 27% de los salvadoreños según el Banco Mundial, y la desigualdad en Centroamérica son motores de la violencia y la migración, pero el enfoque penitenciario no las aborda.
Para Trump, el acuerdo es una victoria simbólica: al enviar “criminales” al Cecot, refuerza su imagen de protector de la nación, esquivando restricciones legales internas. Sin embargo, su dependencia de Bukele lo expone a críticas por asociarse con un líder acusado de autoritarismo. La reciente condena de Bukele por la Corte Interamericana de Derechos Humanos, que en marzo de 2025 ordenó liberar a 1,500 detenidos arbitrariamente, podría complicar la narrativa de Trump si se destapan abusos en el Cecot.
Bukele, por su parte, gana proyección internacional y recursos económicos, pero arriesga convertirse en un ejecutor de la agenda migratoria estadounidense. Su apuesta por el Cecot como “solución” a problemas transnacionales podría volverse insostenible si la presión internacional aumenta o si los costos de mantenimiento superan los ingresos. Además, la ansiedad sobre su control absoluto —con un Congreso afín y una prensa silenciada— plantea dudas sobre la viabilidad de su modelo a largo plazo.
A nivel global, esta alianza alimenta una ansiedad más profunda: la normalización de políticas que priorizan la fuerza sobre el diálogo. The Times en Español advierte que, sin un enfoque equilibrado que combine seguridad con justicia social, acuerdos como este solo perpetuarán ciclos de exclusión y resistencia, dejando a las sociedades más divididas y temerosas.
La reunión del 14 de abril podría marcar el inicio de una red de acuerdos similares. Trump ha sugerido que países como Guatemala y Panamá podrían adoptar el modelo del Cecot, creando una “alianza regional contra el crimen”. Bukele, mientras tanto, busca posicionar a El Salvador como un hub de inversión en seguridad y tecnología, con rumores de que negocia con empresas estadounidenses para modernizar su sistema penitenciario.
Sin embargo, la ansiedad persiste. Las deportaciones masivas, que Trump promete escalar a 15 millones según su discurso del 10 de abril en Michigan, podrían desestabilizar Centroamérica si no van acompañadas de políticas de reinserción. En El Salvador, el hacinamiento en el Cecot —que ya opera al 80% de su capacidad, según fuentes gubernamentales— plantea riesgos de motines o crisis humanitarias. Además, la falta de transparencia sobre quiénes son deportados alimenta temores de que disidentes políticos o migrantes inocentes terminen en la mira.
La reunión entre Trump y Bukele es más que un encuentro bilateral: es un reflejo de una era donde la ansiedad por la seguridad impulsa alianzas que desafían las normas democráticas. Mientras ambos líderes celebran su “lucha contra el terrorismo”, el mundo observa con inquietud un modelo que promete orden, pero arriesga sembrar represión. The Times en Español reafirma su compromiso con un periodismo que no solo informa, sino que cuestiona, iluminando los caminos hacia una convivencia justa en tiempos de incertidumbre.
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