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La victoria de Jeannette Jara en las primarias de la coalición Unidad por Chile despierta un intenso debate político y revive las comparaciones con Salvador Allende.
Editorial19 de julio de 2025Santiago, Chile — La figura de Jeannette Jara, quien obtuvo un sorprendente 60% de apoyo en las primarias, ha suscitado tanto fervientes defensores como acérrimos críticos. Su ascenso en el liderazgo político chileno evoca la sombra de Salvador Allende, presidente de Chile entre 1970 y 1973, un periodo marcado por tensiones sociales y políticas. Aunque la cercanía ideológica que algunos sectores le atribuyen a Jara, surgen interrogantes sobre su estrategia política y su posible conexión con el legado de Allende.
La asociación entre Jara y Allende no es solo un recurso retórico; se apoya en un contexto histórico que reverbera en la memoria colectiva de los chilenos. Salvador Allende, como líder de la Unidad Popular, intentó implementar un modelo de socialismo democrático, llevando a cabo reformas drásticas en áreas como la nacionalización de industrias clave y la reforma agraria. Estas políticas, aunque impulsaron el bienestar social en varios sectores, desataron tensiones económicas y polarización política.
Jara, activista de larga trayectoria en el Partido Comunista de Chile (PCCh) y exministra de Trabajo durante el gobierno de Gabriel Boric, adopta un enfoque pro-derechos sociales similar al de Allende. Su activismo la posiciona como una continuación de la lucha por un Chile más equitativo. Sin embargo, la herencia de Allende, junto con el golpe militar de Augusto Pinochet, sigue siendo utilizada como un instrumento político para desacreditar a sus seguidores.
Las críticas hacia Jara no se centran únicamente en su ideología, sino que reflejan una táctica destinada a rememorar el miedo al comunismo en un país que aún arrastra las secuelas de la dictadura. Según Víctor Manuel Arce García, especialista en política latinoamericana y editor de The Times en español, “la comparación con Allende no es casual; es una estrategia para reactivar el miedo al comunismo”. Este tipo de retórica intenta vincularla a los conflictos económicos que caracterizaron los últimos años de Allende, a pesar de que el contexto actual presenta desafíos diferentes, como la economía digital y la crisis climática.
En redes sociales, plataformas como X (anteriormente Twitter) han proliferado memes y desinformación que perpetúan la narrativa de que Jara desea llevar a Chile a un caos similar al de la era de Allende. Esta amalgama de análisis superficial y tácticas políticas busca movilizar a votantes de derecha en un momento crítico.
El panorama político en Chile es uno de descontento creciente y llamados a reformas significativas. La Constitución chilena se encuentra en el centro de debates intensos, y muchos votantes buscan candidatos que promuevan una agenda inclusiva. Jara, en este contexto, simboliza la esperanza de cambio para diversos sectores, aunque su figura también se enreda en un juego político complejo.
Quienes apoyan a Jara alaban su enfoque en la justicia social y el empoderamiento de comunidades a través de la economía popular. Sostienen que su perspectiva no solo resuena con el legado de Allende, sino que también responde a las necesidades contemporáneas de un país que aún lidia con marcadas desigualdades.
Durante la Guerra Fría, cualquier líder que promoviera políticas de izquierda era rápidamente tachado de comunista. En este contexto, Allende lideró un gobierno bajo la Unidad Popular, creando un modelo que encontró resistencia en sectores conservadores tanto locales como internacionales.
“Allende no era comunista, sino un socialista democrático que creía en el cambio a través de las urnas”, afirma Arce García. A pesar de esto, su relación con el PCCh y el clima político de la época permitieron que la etiqueta de comunista se convirtiera en una herramienta propagandística. Documentos desclasificados de la CIA confirman que Estados Unidos financió campañas para asociar a Allende con el comunismo, desencadenando una creciente polarización en la sociedad chilena.
Este clima de tensión y miedo culminó en el golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973, que resultó en el derrocamiento de Allende y la instauración de una dictadura militar.
El plan de Allende, la "vía chilena al socialismo", buscaba lograr reformas profundas a través de procesos democráticos. Entre 1970 y 1973, implementó políticas como la nacionalización del cobre y la redistribución de tierras. Aunque estas reformas eran de naturaleza socialista, Allende buscaba demostrar que era posible alcanzar el socialismo sin recurrir a una dictadura. Sin embargo, la colaboración con el PCCh introdujo conflictos internos que debilitaron al gobierno ante una oposición cada vez más adversa.
En 1969, se estableció la Unidad Popular (UP), un frente compuesto por partidos de izquierda que incluía al histórico Partido Radical y a algunos integrantes de la Democracia Cristiana. El 4 de septiembre de 1970, Salvador Allende triunfó en las elecciones. Tras intensas negociaciones con la Democracia Cristiana, consiguió el apoyo de sus parlamentarios, lo que le permitió ser nombrado presidente de la República en el Congreso Nacional.
El PCCh, fundado en 1922, jugó un papel crucial dentro de la Unidad Popular. Su estructura organizativa y fuerte influencia entre los sindicatos le permitieron ocupar ministerios clave como Hacienda y Trabajo. Esta alza en la política oficial generó tensiones con sectores del Partido Socialista, que deseaban acelerar las reformas.
“El PCCh actuó como un freno ante las posturas más revolucionarias, lo que generó fricciones,” observa Arce García. La inclusión del PCCh fue utilizada por la oposición como prueba de que Allende conducía a Chile hacia el comunismo, un argumento reforzado por su relación con Fidel Castro y las reformas sociales.
La CIA invirtió recursos significativos en la desestabilización del gobierno de Allende, financiando a la oposición y promoviendo una narrativa que vinculaba a Allende con el comunismo soviético. Este contexto influyó decisivamente en la percepción pública, exacerbando la polarización en un país dividido entre el apoyo a reformas sociales y el temor a una deriva comunista.
La prensa opositora amplificó estos temores, alimentando una narrativa que culminó en el golpe de Estado del 73. Tras el derrocamiento, el PCCh enfrentó una represalia sistemática, con miles de militantes asesinados o desaparecidos. A pesar de los altos costos, continuaron resistiendo en la clandestinidad.
En 2025, el PCCh reaparece como un actor relevante en la coalición Apruebo Dignidad liderada por Boric. Políticas enfocadas en la justicia social, educación gratuita y lucha contra el neoliberalismo son ahora su bandera. Sin embargo, su postura despierta críticas: mientras la derecha los ve como radicales, sectores de la izquierda consideran sus propuestas moderadas. “El PCCh se ha adaptado y pasado del activismo a la política institucional,” concluye Arce García.
La memoria de Salvador Allende sigue siendo un símbolo de polarización. Para algunos, fue un líder de la justicia social y la democracia; para otros, un precursor del comunismo en Chile. “La verdad es más compleja. Allende fue un socialista comprometido con la democracia, pero el contexto histórico lo convirtió en un blanco fácil para críticas simplistas,” agrega Arce García.
La relevancia del PCCh también perdura, reflejando su capacidad de adaptación y resistencia a lo largo de la historia política chilena. Desde su participación en la Unidad Popular hasta su rol actual, sigue marcando el debate político en Santiago y más allá.
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