
LAS PALABRAS SON MÁS PELIGROSAS QUE LAS BALAS.
Las condenas al asesinato deben ser absolutas, sin ideologías. La vida se respeta por ser vida, no por las ideas que se sostengan.
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La retirada de Mirosevic no solo evidencia las dificultades logísticas de un Partido Liberal aún en formación, sino que consolida a Tohá como una figura central en el progresismo, aunque su alta tasa de rechazo ciudadano y la fragmentación del sector podrían debilitar la apuesta oficialista frente a una derecha más cohesionada.
Opinión16 de abril de 2025Como precandidato presidencial y observador de la política chilena, la noticia del 16 de abril de 2025 sobre la bajada de Vlado Mirosevic de la carrera presidencial me genera una mezcla de decepción y preocupación. Su decisión de respaldar a Carolina Tohá, lejos de ser un gesto de unidad, es una capitulación que evidencia las limitaciones estructurales del Partido Liberal y la falta de audacia del progresismo chileno. Desde mi perspectiva, este movimiento no solo traiciona el espíritu renovador que Mirosevic prometía, sino que pone en riesgo la competitividad del oficialismo frente a una derecha que, aunque dividida, capitaliza el descontento ciudadano con mayor eficacia.
La política chilena, siempre un tablero de ajedrez impredecible, nos entrega un nuevo movimiento que sacude al oficialismo: Vlado Mirosevic, el diputado liberal que con entusiasmo lanzó su candidatura presidencial en octubre de 2024, ha decidido bajar su postulación y endosar su apoyo a Carolina Tohá, la exministra del Interior y carta del PPD. Este giro, anunciado el 16 de abril de 2025, no es solo un cambio de nombres en la papeleta; es un reflejo de las dinámicas, tensiones y limitaciones que enfrenta el progresismo chileno en su intento por consolidar una candidatura competitiva para las elecciones de noviembre.
El Partido Liberal, liderado por Mirosevic, enfrentaba un obstáculo insalvable: no está constituido como partido político en las 16 regiones de Chile, un requisito indispensable para presentar una candidatura presidencial según la Ley 18.700. Para sortear esta barrera, los liberales debían recolectar cerca de 35.361, un desafío logístico que, según fuentes cercanas, no lograron superar. Esta incapacidad estructural no solo frustró las ambiciones de Mirosevic, sino que expuso la fragilidad de un partido que, aunque vocal en el debate público, carece de la musculatura organizativa para competir en una elección presidencial.
La decisión de respaldar a Tohá, entonces, no parece tanto un acto de convicción ideológica como una jugada pragmática. Los liberales, al no poder participar en las primarias de junio, optaron por alinearse con una figura que, pese a sus claroscuros, tiene el respaldo del PPD y una trayectoria política que la posiciona como una contendiente viable. Pero, ¿qué significa esto para el progresismo chileno y su narrativa de unidad?
El progresismo chileno, que abarca desde el Frente Amplio hasta sectores más moderados como el PPD y el PS, ha insistido en la necesidad de una primaria amplia para evitar la fragmentación que favorezca a la derecha, liderada por nombres como Evelyn Matthei y José Antonio Kast. Mirosevic, en su momento, fue un abanderado de esta idea, abogando por una “gran primaria” que incluyera desde la DC hasta el PC. Sin embargo, su apoyo a Tohá refuerza una alianza específica entre el Partido Liberal y el PPD, dos fuerzas que, aunque comparten un ethos progresista, tienen diferencias programáticas y de estilo.
El PPD, con Tohá a la cabeza, representa una socialdemocracia más tradicional, con raíces en la Concertación y una apuesta por la gobernabilidad y la cohesión. Los liberales, en cambio, han empujado un discurso de “progresismo moderno” centrado en las clases medias y reformas como la eutanasia o la reducción de la dieta parlamentaria. Esta convergencia no es necesariamente natural; más bien, parece una alianza de conveniencia, impulsada por la urgencia de no quedar fuera del juego electoral. La pregunta es si esta unión logrará movilizar a las bases progresistas o si, por el contrario, alimentará las desconfianzas de sectores como el Frente Amplio o el PC, que aún no definen sus candidaturas.
Un aspecto que no puede pasarse por alto es el destino de los patrocinios recolectados por el Partido Liberal para respaldar a Mirosevic. Aunque no se alcanzó el umbral de 35.361 firmas, miles de ciudadanos firmaron en apoyo al diputado, confiando en su proyecto. Estos patrocinios, que son un acto de voluntad política, ahora quedan en un limbo. Legalmente, no pueden transferirse directamente a Tohá, ya que las firmas se recolectan para un candidato o partido específico. Esto plantea un dilema ético: ¿cómo se respeta la intención de quienes respaldaron a Mirosevic? La falta de claridad sobre este punto podría generar descontento entre los adherentes liberales, especialmente si perciben que su apoyo fue “redireccionado” sin consulta.
Carolina Tohá, con su extensa trayectoria como diputada, ministra y alcaldesa, se consolida como una figura central tras la declinación de Mirosevic. Sin embargo, su candidatura no está exenta de riesgos. Las encuestas, como la Cadem de diciembre de 2024, le otorgan un modesto 2% de preferencias espontáneas, lejos de los 24% de Matthei o el 15% que tenía Bachelet antes de descartar su postulación. Además, Tohá arrastra un alto rechazo ciudadano, en parte por su gestión como ministra del Interior durante la crisis de seguridad y el caso Monsalve.
Su fortaleza, no obstante, radica en su experiencia y en el respaldo del PPD, que podría atraer al PS y sectores moderados de la DC. Si logra unificar al Socialismo Democrático y negociar con el Frente Amplio, Tohá podría emerger como la candidata de consenso en las primarias de junio. Pero el camino es estrecho: la fragmentación del oficialismo, con candidaturas como las de Paulina Vodanovic (PS), Jeannette Jara (PC) y Jaime Mulet (FRVS), podría diluir el voto progresista y beneficiar a la derecha.
La bajada de Mirosevic y su apoyo a Tohá son un síntoma de las tensiones que atraviesan al progresismo chileno: la urgencia de unidad choca con la diversidad de proyectos, la ambición de renovación se enfrenta a las limitaciones estructurales, y la necesidad de competitividad electoral se ve opacada por el peso de figuras tradicionales. Este movimiento puede leerse como un intento de ordenar el caos oficialista, pero también como una señal de que el progresismo aún no encuentra un relato que entusiasme a las mayorías.
El progresismo chileno necesita, más que nunca, cohesión. No basta con sumar nombres o firmas; se requiere un proyecto que articule las demandas de seguridad, crecimiento económico y justicia social que hoy dominan el debate público. Tohá tiene la experiencia, pero le falta el carisma; el oficialismo tiene ideas, pero carece de unidad. En este escenario, la derecha corre con ventaja, no por su fortaleza, sino por la debilidad de sus adversarios.
La carrera presidencial de 2025 está lejos de definirse. La apuesta por Tohá es un paso, pero no una solución. Si el progresismo no logra superar sus divisiones y ofrecer una alternativa creíble, el sueño de continuar el proyecto de Boric podría desvanecerse frente a una derecha que, aunque fragmentada, sabe capitalizar el descontento ciudadano. Mirosevic, al bajar su candidatura, ha movido una pieza en el tablero; ahora le toca al oficialismo decidir si juega a ganar o se conforma con no perder.
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