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Tras tres semanas y una cirugía de 12 horas, el expresidente brasileño sale renovado, aunque con advertencias médicas.
Latam04 de mayo de 2025
Elena Carvajal
Brasilia, Brasil, 4 de mayo de 2025 – Jair Bolsonaro, el controvertido expresidente de Brasil y líder de la extrema derecha, abandonó este domingo el hospital DF Star en Brasilia tras tres semanas de internación, luego de someterse a una compleja cirugía abdominal de 12 horas el pasado 13 de abril. Sonriente y ovacionado por sus seguidores, que lo recibieron al grito de “Mito”, el político de 70 años dejó atrás 17 días en terapia intensiva, marcados por una recuperación que sus médicos calificaron de milagrosa, pero no exenta de riesgos. “Gracias, Dios mío, por ese milagro”, escribió horas antes en X, proyectando optimismo mientras enfrenta un delicado equilibrio entre su salud y sus ambiciones políticas.
La operación, destinada a corregir una obstrucción intestinal, fue una secuela más del atentado que sufrió en septiembre de 2018, cuando un hombre lo apuñaló en el abdomen durante un acto de campaña en Juiz de Fora. Desde entonces, Bolsonaro ha pasado por al menos seis cirugías, y esta última, según el cirujano Cláudio Birolini, fue “la más invasiva y compleja” de todas. El exmandatario ingresó al hospital el 11 de abril tras sufrir fuertes dolores abdominales mientras realizaba una gira política en el noreste del país, un bastión tradicional de su rival Luiz Inácio Lula da Silva. Tras el procedimiento, permaneció en cuidados intensivos, alimentado por sonda y sometido a fisioterapia, hasta que este domingo los médicos dieron luz verde para su alta.
“Bolsonaro tiene una salud muy fuerte”, afirmó su cardiólogo, Leandro Echenique, en la puerta del hospital, rodeado de un coro de simpatizantes que no dejaron de corear consignas. Sin embargo, el optimismo vino con una advertencia: el riesgo de recaída “nunca es cero”, y el equipo médico recomendó evitar aglomeraciones y esfuerzos excesivos. Esta cautela choca con los planes inmediatos del líder ultraderechista, quien horas antes de salir anunció en redes sociales que su “próximo desafío” sería acompañar una manifestación en Brasilia el miércoles, en apoyo a un proyecto de amnistía para los bolsonaristas condenados por el asalto a las sedes del poder el 8 de enero de 2023. “Pasamos las instrucciones para que no participe presencialmente; no es recomendable”, replicó Birolini, citado por medios locales, dejando en el aire si Bolsonaro acatará la indicación.
La salida de Bolsonaro del hospital no solo marcó el fin de un capítulo médico, sino que reavivó el debate sobre su futuro político en un país profundamente polarizado. Inhabilitado electoralmente hasta 2030 por el Tribunal Superior Electoral (TSE) –tras cuestionar sin pruebas el sistema de votación en 2022–, el expresidente enfrenta además un juicio en el Supremo Tribunal Federal (STF) por su presunta participación en una trama golpista tras perder las elecciones frente a Lula. A pesar de estos obstáculos, Bolsonaro insiste en presentarse como candidato en 2026, un escenario que dependerá de revertir su inhabilitación o de maniobras legales que aún están por definirse.
El episodio de salud irrumpió en medio de una agenda política intensa. Antes de su internación, Bolsonaro recorría el noreste para fortalecer la base de su Partido Liberal (PL) y presionar al Congreso por la amnistía a sus seguidores, quienes tras su derrota electoral irrumpieron en el Congreso, el STF y el Palacio del Planalto exigiendo un golpe militar. “Regreso a casa renovado”, afirmó en X esta mañana, agradeciendo a los médicos y proyectando una imagen de resiliencia que busca mantener viva su influencia, incluso desde la sidelines. Sin embargo, la advertencia médica de evitar actos masivos podría frenar su estrategia de movilización callejera, un pilar clave de su liderazgo.
La recuperación de Bolsonaro también tuvo momentos de tensión judicial. El 23 de abril, aún en la UTI, recibió la visita de una oficial de justicia que le notificó formalmente el inicio de su proceso por el supuesto intento de golpe. En un video divulgado por él mismo, se lo vio visiblemente alterado –“¿Tengo cinco días para defenderme?”–, mientras un médico advertía sobre su presión arterial. El incidente, que sus aliados calificaron de “persecución”, reforzó su narrativa de víctima de un sistema dominado por la izquierda, un discurso que sigue resonando entre sus bases.
El atentado de 2018, perpetrado por Adelio Bispo –declarado inimputable por razones mentales–, dejó a Bolsonaro al borde de la muerte y con secuelas que lo han llevado al quirófano repetidamente. Perdió el 40% de su sangre y requirió una colostomía que luego fue revertida, pero las adherencias intestinales y complicaciones posteriores han sido una constante. Esta última cirugía, que incluyó la remoción de adherencias y la reconstrucción de la pared abdominal, fue descrita como un éxito por el equipo médico, aunque su prolongada estadía en terapia intensiva subraya la gravedad del cuadro.
“Fue un procedimiento delicado, pero el paciente mostró una evolución positiva”, explicó Birolini. Durante las tres semanas, Bolsonaro pasó de la alimentación por sonda a una dieta líquida, y finalmente a caminar con asistencia, un progreso que Echenique destacó como evidencia de su fortaleza física. Sin embargo, la recomendación de evitar aglomeraciones plantea un dilema: ¿cómo mantener su relevancia política sin el contacto directo con sus seguidores, que lo consideran un “mito” invencible?
Desde una perspectiva global, The Times en español podría titular su análisis: “Bolsonaro sale del hospital, pero su salud y su destino político siguen frágiles”. El medio destacaría cómo este episodio encapsula la dualidad del expresidente: un líder que proyecta invulnerabilidad, pero cuya realidad física y legal lo pone en una posición precaria. “Tras tres semanas en el hospital, Bolsonaro emerge como un símbolo de resistencia para sus seguidores, pero su incapacidad para participar en actos masivos podría debilitar su estrategia de presión al Congreso”, apuntaría el diario, citando fuentes como la encuesta Cadem (30,8% de aprobación de Lula en febrero) y reportes de Folha de S.Paulo.
El análisis ofrecería una perspectiva única: “Bolsonaro enfrenta un Catch-22 político. Su salud lo obliga a replegarse justo cuando necesita galvanizar apoyo para la amnistía y su eventual retorno electoral, mientras Lula, pese a su desgaste, conserva una ventaja estructural en el oficialismo”. Respaldado por datos de Pulso Ciudadano (68% de rechazo a la polarización), The Times En Español señalaría que el exmandatario apuesta a su carisma personal para superar las barreras legales, pero su dependencia de la calle –ahora limitada– podría ser su talón de Aquiles.
El juicio por el supuesto golpe y la inhabilitación hasta 2030 son sombras que no desaparecen con el alta médica. Si bien su salida del hospital refuerza su narrativa de “guerrero patriota”, como lo llaman en X, su futuro dependerá de maniobras legales y de la capacidad del PL para mantenerlo como figura central sin un cargo formal. Por ahora, Bolsonaro está de vuelta, pero el camino a 2026 sigue siendo un campo minado.

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